sábado, 21 de noviembre de 2009
Hoy, recién, cacé un bicho al vuelo. No era un mosquito, ni una polilla. Tenía el tamaño de una mosca, pero tampoco. Estaba atontado o le faltaban sensores. Rebotaba contra la pared. Parecía perdido (o perdida). Pasó cerca de mi oreja. No zumbaba. No emitía ningún sonido. Abrí la mano. La cerré cuando el insecto estuvo lo suficientemente cerca. Cuando la volví a abrir, el diminuto amasijo negro cayó al suelo. Un ala se me quedó pegada a la piel. Me dio asco. Me lavé las manos.
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