lunes, 16 de junio de 2008

Parte de la religión

Cinemark Palermo. 17:30. Mi amiga Valeria y yo sacamos dos entradas para Aniceto. Le pido a la vendedora: al centro. Entramos a la sala. La acomodadora nos ubica contra la pared. Me quejo. Hago un pequeño escandalete. Amenazo con irme y pedir que me devuelvan las entradas. Mi amiga me mira. Entiendo. Nos quedamos mosca. Empieza la película. Desde el comienzo, belleza. Belleza, belleza, belleza. Síntesis. Perfección. Cuando la proyección termina, tengo los ojos llenos de lágrimas. Se encienden las luces de la sala y lentamente la gente empieza a pararse y a emigrar. La salida se congestiona. Las señoras (el promedio de edad de los asistentes ronda los sesenta años de edad, la mayoría mujeres), taponan las escalinatas. Alguien empieza a aplaudir. Varias palmas se suman. La gente rodea a un muchacho mezclado con el público. Viste un jean, un pullover abrigado, bufanda, campera. Sostiene con las dos manos un balde de pochoclo y dos vasos de gaseosa extragrande, sin su contenido. Lo miro. Es Piquín. Hernán Piquín, el protagonista de la película. El bello, excelente, virtuoso bailarín. Las señoras le gritan cosas como: ¡¡te felicito!! Yo también aplaudo. Lo quiero. El contingente empieza a moverse hacia la salida. Piquín queda atrapado entre una muralla de mujeres de tapado y permanentes que, antes de abandonar la sala, lo besan. Yo camino en dirección a la salida a paso de tortuga, detrás de más y más tapados con permanente. Le digo a mi amiga: yo lo quiero tocar. La señora que espera su turno delante mío me anima: y tocalo! Cuando me llega el turno de pasar a su lado me acerco un poco más. Le digo: ¿Te puedo besar yo también, aunque no tenga setenta? ¡Claro! Me dice, encantador, y ofrece su mejilla. Nos abrazamos, lo beso. Me estremezco, como un religioso tomando contacto con un objeto sagrado. Y me voy del cine, feliz.

lunes, 9 de junio de 2008

1. En la tierra hay una grieta por donde se filtra la humedad. De a poco se pudren los cimientos sobre los que se intenta construir algo. Todo blandito. Mohoso.

2. Las horas: cuerdas de un instrumento desafinado. Cuerdas para hacer equilibrio sobre el abismo del tiempo. Cuerdas para acordarse. Para ahorcarse. Cuerdas para amarrarse a un poste cuando cantan cerca las sirenas. Cuerdas para colgarse. Para saltar a la cuerda. Acordonarse. Cuerdas para activarse. Para darse cuerda. O ser cuerda.

3. Tallar la voz hasta volverla imagen.

4. El es un reptil. Frío. La lengua dividida. Con una de sus mitades habla un idioma extraño e indescifrable; escupe veneno para inmovilizar a su presa y comérsela de un bocado, te desconoce. Con la otra mitad calla y lame a los heridos y es el de siempre. Mirarlo es como deslizarse por una pista de hielo. Desconocer los rudimentos básicos que requieren la práctica del patinaje es un peligro. Nunca tambalearse. Ni temblar.

domingo, 8 de junio de 2008

Me dormí con el pelo mojado.
Por la noche la almohada absorbió el agua.
Hoy me desperté con la forma del sueño en el peinado.

viernes, 6 de junio de 2008

la impaciencia
y la pereza
se dan la mano
juegan
a la ronda
redonda
como un coágulo
de sangre